Lo que no sabía la científica es que años más tarde moriría por aquello que la llevó a la gloria; Curie, no estaba consciente del daño que se provocaba al exponerse de esta forma a los materiales radiactivos. En 1934 murió de anemia aplásica, una rara enfermedad relacionada a la radiación en la que se destruyen las líneas celulares de la médula ósea, por lo que, la falta de glóbulos rojos que transportaban el oxígeno en su sangre, acabó con su vida.
Al final, fue tanta la radiación que contenía su cuerpo que, para poder ser enterrada en el Panteón de París, donde se entierran en Francia los cuerpos de las figuras ilustres, fue necesario confeccionar un ataúd con paredes de plomo. De hecho, no solo ella fue víctima de la radiación, pues su hija, Irène Joliot-Curie, quien también fue merecedora de un premio Nobel, murió de leucemia a los 58 años, lo que estaba relacionado a su constante manejo de materiales radiactivos.
Esto no lo sabía!!!
Para la década de los años 80, un periódico regional francés, llamado “Le Parisien”, empezó a publicar historias en las que se demostraba un significativo aumento de los casos de cáncer en personas que vivían el vecindario en el que se encontraba el laboratorio. Ante esto, en el año de 1991, el gobierno francés se dedicó a limpiar el edificio y retirar permanentemente los instrumentos, libros, cuadernos y demás artefactos contaminados, ya sea para destruirlos o almacenarlos en un lugar seguro.
En atención a esto, muchos de los objetos personales de Curie, lo que incluye la ropa, muebles, libros y notas de laboratorio, aún contaminados por la radiación, se encuentran preservados en la Biblioteca Nacional de Francia, específicamente en el sótano, guardados en cajas de plomo que evitan que la radiación contenida afecte a los seres humanos.